lunes, 5 de mayo de 2014




Patriotismo progresista


Artículo aparecido en "Sesión de control" el domingo, 4 de mayo de 2014.

Quizás algún día se pueda abordar la cuestión de los símbolos democráticos fallidos, como el himno o la bandera, sin duda de difícil resolución.
La crisis económica que vivimos y las crisis que como consecuencia de la misma se han abierto, en lo social, o se han ampliado y reanimado, en lo territorial, y generan pesimismo sobre nuestro futuro y desafección con nuestro sistema político e institucional.
Hoy somos conscientes de los logros acumulados y consolidados en los ya más de 35 años de democracia, pero también de los errores y elementos que deben ser corregidos. Uno de esos espacios imprescindibles incompletos es, por ejemplo, el de la simbología democrática.
La España democrática no la logrado construir una simbología que la represente en sus diferentes facetas, ni con sus símbolos identificativos -bandera, himno-, ni con el establecimiento de festividades civiles compartidas y sentidas por todos. Es verdad que venimos de un pasado particularmente gris en este ámbito, y que vivimos en un país sin tradición de símbolos que se identifiquen con la identidad nacional, por decirlo de alguna manera, como la bandera. Pero es que en democracia no hemos sido capaces de lograr ni lo que el Movimiento Nacional y el Nacional-Catolicismo lograron con el 18 de julio como fiesta “civil” del franquismo.
Durante la Transición, los que la recordamos aunque fuéramos niños, recordamos cómo la extrema derecha y lo que quedaba del régimen agonizante pero que todavía daba mucho miedo, y la derecha en general, nunca dejaron de enarbolar la bandera que con un escudo diferente después se convertiría en constitucional. Una bandera contra la que crecimos y que en el imaginario colectivo competía y sigue compitiendo con la tricolor republicana, bandera que sigue simbolizando idealistamente la injusta y dura derrota de aquel gran sueño democrático.
Bandera, la nacional, que compitió en buena parte de España durante la Transición con el resto de banderas españolas, sobre todo la ikurriña y la senyera. Banderas que el mismo régimen persiguió y cuya normalización en la Transición provocó mucho más entusiasmo en los nacionalistas, e incluso en la izquierda, que el continuista cambio de escudo consecuencia de las cesiones de ambas partes en el consenso constitucional. La bandera de la Europa Unida, incluso, nos ha servido y mucho.
Pues bien, esa realidad se ha transmitido a la siguiente generación hasta el punto de que solamente el deporte, en especial el fútbol y las victorias de la selección española han logrado verdaderas exhibiciones masivas colectivas de la bandera constitucional. Hoy todavía la derecha se envuelve en la bandera nacional, con o sin escudo, incluso con algún águila bicéfala, para acudir a sus convocatorias, no importa que sean manifestaciones a favor de un modelo específico de familia y contra el matrimonio de personas del mismo sexo, en contra del aborto, protestas de todo tipo contra gobiernos de izquierda, o para celebrar las victorias electorales del Partido Popular. No importa lo que les convoque a los ciudadanos de derechas, ahí van con la bandera. Así se comprende que en las grandes concentraciones de la izquierda, por ejemplo contra las reformas laborales, en contra de la guerra de Irak o en apoyo de determinadas huelgas, la bandera brille por su ausencia, y no digamos en las Comunidades Autónomas en las que existen fuertes sentimientos identitarios. Y no digamos ya el himno, cuyo problema es que no tiene letra y que tampoco se cambió en la Transición.
Un fracaso el de los símbolos de difícil solución, y sirve para mostrar la complejidad de nuestro sistema democrático y para poner en evidencia algunos de sus problemas y asignaturas pendientes.
La mitología civil de nuestra democracia tampoco ha sido muy afortunada Elegimos concentrar los fastos el 12 de octubre, día de la Virgen del Pilar que coincide con el de llegada de Cristóbal Colón a América, un guiño al pasado y a la nostalgia de una España que ya no existe y que nadie o muy pocos añoran, lo que otra España proyectó en el mundo en un momento histórico que nada tiene que ver con el presente, y en cualquier caso no una referencia de futuro de convivencia y democracia como es el 6 de diciembre. Un 6 de diciembre que el gobierno del PP ya ha anunciado que puede llegar incluso a cambiar de día para y celebrarse el 5, el 8, o el día que sea para evitar que contribuya a crear un puente.
Este hecho se mezcla con otra realidad, la confesionalidad cristiano católica prácticamente absoluta y omnipresente de las celebraciones institucionales. Hay infinidad de ejemplos.
Ante este desierto simbólico colectivo los ciudadanos se han refugiado en los elementos identitarios locales y regionales, exacerbándolos casi siempre, la mayoría también de origen cristiano-católico.
Cierto es también que en la izquierda, al menos la española, no hemos sido nunca demasiado de banderas, que nuestra bandera son los derechos, las instituciones, y nuestra patria las libertades . Pero ello no quiere decir que no tengamos necesidad de poder expresar por algún cauce de vez en cuando nuestro patriotismo progresista.
Un patriotismo progresista en el que, en palabras de Javier Fernández, presidente de Asturias, “la España de los símbolos, los signos y las banderas nos importa menos que la de los hombres y mujeres que trabajan, estudian, que llora o que ríen en ella”. Una España en la que debemos sacar partido simbólico y como elemento cohesionador y de progreso a elementos como nuestro idioma común, el castellano, un buen símbolo, que es lo que compartimos y nos proyecta a América y al resto del mundo, es eso y no tanto el descubrimiento y la llamada conquista del 12 de octubre.
Es nuestra historia plural y objetiva, el patrimonio cultural, la ciencia o el cine que producimos, o nuestros grandes artistas y escritores como Goya, Picasso o Cervantes, en un país europeo y rico, en el que las diferentes culturas y lenguas españolas conviven como acostumbra a recordarme el diputado por Girona del Partit dels Socialistes de Catalunya (PSC) Alex Sáez Jubero, porque la lengua materna de muchos españoles no es el castellano. Es nuestra diversidad como identidad estratégica para afrontar el futuro. De nuevo, en palabras de Javier Fernández: “somos menos partidarios (los socialistas) de las identidades fuertes que de las identidades múltiples, yo vengo de una tierra en que las identidades se suman, no se restan, pero en un mundo cosmopolita, nosotros construimos nuestra identidad nosotros elegimos nuestra identidad”.
Una realidad que constituye un verdadero problema en un país como el nuestro en el que todo se politiza y todo sirve para alimentar el enfrentamiento. Una realidad en la que el carácter plurinacional complica la búsqueda de una solución simbólica a esta carencia, como demuestran incluso las cada vez más difíciles relaciones entre el centro y la periferia en palabras de Josep Ramoneda.
El patriotismo progresista puede ser interpretado como una versión o un aspecto del republicanismo cívico de Philip Petit que, como apunta José Andrés Torres Mora, explica quiénes somos –la izquierda- políticamente, destacando la importancia de tener una idea de Estado, algo fundamental en la izquierda y a lo que no siempre ha prestado la atención suficiente, porque la izquierda hunde sus raíces en el discurso económico, la redistribución, la trayectoria del socialismo democrático y la construcción del estado del bienestar.
Un Estado en el que desde la izquierda se debe defender la idea de no dominación, entendiendo el ejercicio de libertad como el de esa no dominación, con el fin de desplegar instituciones capaces de explotar al máximo el potencial de una ciudadanía cada vez más crítica y diversa para lograr también como objetivo socialdemócrata centrar el discurso económico en un espacio nuevo, el de un proyecto económico claro alternativo al de la derecha basado en ideas como la de la predistribución como garantía de una asignación justa antes de la intervención correctora de los poderes públicos –en lo que sería la redistribución-.
La identidad política de la izquierda, su patriotismo, es la del valor público, las instituciones públicas, los derechos y libertades que garantiza el Estado de Derecho, es Europa.
España es un país con una gran diversidad. Desde esa diversidad debemos seguir construyendo una idea de ciudadanía como expresión de libertades y derechos públicos, de orgullo patriótico por nuestras instituciones desde el nivel local hasta el europeo y en el futuro también a escala global, y nunca de identidades oficiales. Un patriotismo progresista que, quizás, algún día pueda abordar la cuestión de los símbolos democráticos fallidos, sin duda de difícil resolución.

(La idea de "Patriotismo progresista" se desarrolla en el capítulo 6 de mi libro, 'Ser hoy de izquierdas')

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