jueves, 31 de julio de 2014



Reto y ruta para la izquierda.



Artículo aparecido en "Sesión de Control" el miércoles, 30 de julio de 2014.


Lo que la sociedad espera de la política de izquierdas no es sólo una correcta administración desde unos valores ideológicos sino también una redistribución del poder

En estos tiempos turbulentos, la solidez del proyecto político de la izquierda española y europea es imprescindible. Su redefinición debe concentrarse en la recuperación de su credibilidad y rigor superando un periodo en el que la aparentemente infinita bonanza impuso prácticas y mensajes de escaso calado intelectual, más condicionadas por la realidad mediática, por sus ritmos y actores, que por las necesidades políticas ciudadanas, como después bien se ha podido comprobar. El abuso del marketing político y los mensajes prefabricados nos hizo mucho daño.
La exigente realidad obliga también a combinar de otra manera perfiles en los equipos políticos, prestando mayor atención a los factores que dignifican la acción política ante los ciudadanos desde la máxima ejemplaridad pública –mérito, capacidad, formación, intachabilidad-, integrando con habilidad aquellos con carreras largas en el seno de los partidos –y dando salida a los que han agotado sus ciclos políticos o sus oportunidades-, con otros cada vez más numerosos con trayectorias profesionales antes y por supuesto después de la política en el ámbito privado o en la administración. Los primeros gobiernos de Felipe González son un buen ejemplo.
Se acerca un nuevo ciclo económico, y también político, que exige cambios profundos, a todo y a todos, sobre todo a los que quieran sobrevivir, a las formaciones que quieran seguir ahí. A los que son imprescindibles como la izquierda. Sinceramente, no creo que haya otro camino.
Ahora más que nunca la izquierda está obligada a dar ejemplo. También a abrir nuevos cauces de relación con la sociedad eligiendo a sus candidatos a presidir gobiernos o a ser alcaldes mediante primarias abiertas en las que pueda participar cualquier ciudadano y potencial votante. Primarias porque la participación abierta es un fin en sí mismo, un instrumento de legitimación, movilización y de apertura. Y  primarias abiertas en los diferentes niveles políticos o de la administración: Gobierno, Comunidades Autónomas y Ayuntamientos, lo cual exigirá generalizar esta práctica en el seno de los partidos políticos, quizás regulándolo por Ley, y abriendo un camino nuevo prácticamente inédito en que se deberá ir tomando nota de los errores que se produzcan.
Sin duda, una de las cuestiones más delicadas será la de cómo equilibrar y calibrar los resultados de las primarias con las direcciones de los partidos políticos, elegidas democráticamente en sus congresos, a poder ser mediante el voto directo de los militantes como ya ha hecho con carácter histórico el PSOE en su último congreso, y que en nuestro sistema juegan, y deben seguir jugando un papel político fundamental.
La derecha y el populismo conservador, o incluso de extrema derecha con aires urbanos, son los principales rivales de la socialdemocracia. El populismo no puede ser combatido desde su mismo nivel, desde su dimensión, desde el mismo marco de referencia como diría Lakoff. Debe ser respondido con argumentos sólidos, rebatiendo con el peso de la evidencia las falacias que esconde en la práctica totalidad de sus planteamientos populistas o derechistas. Argumentos siempre basados en el individualismo más insolidario -“a mí me iría mejor si…”- o en el victimismo exculpatorio de cualquier responsabilidad propia -“no tengo lo que merezco”, “mira esos recién llegados qué bien les va”…- La izquierda debe argumentar de fondo sus propuestas y respuestas y no hacerlas abusando de la vigilancia de las encuestas, de las opiniones en boga o de las marejadas impuestas por los medios de comunicación.
La potente llamada de atención que realizó Lakoff cuando demostró que la derecha crea e impone marcos de referencia favorables a sus intereses, que llegan a hacer innecesaria cualquier justificación racional del porqué de decisiones que sólo responden a principios ideológicos, está hoy más vigente que nunca y es de rabiosa actualidad. La austeridad expansiva es un buen ejemplo, como las falsas virtudes de las reducciones fiscales para los más ricos, el miedo a la inmigración o la necesidad de desmantelar el Estado de bienestar para volver a crecer. El debate y tormenta de cifras macroeconómicas de este tiempo en el que la recuperación económica es el nuevo eslogan es un buen ejemplo de ello. La desregulación, antes, o las falsas bondades de bajar impuestos a los ricos son también buenos ejemplos.
La socialdemocracia debe ser fiel a sus principios tradicionales, pero debe adaptarlos a la realidad de cada momento. Hoy, los trabajadores, la clase media, las familias que dependen de un salario o dos por cuenta ajena, los pequeños empresarios, los pensionistas, sienten que están perdiendo su posición en la sociedad, su estatus, y se convierten en víctimas fáciles del populismo. Frente al acecho de la ideología vacía, sin respaldo racional e intelectual, los ciudadanos necesitan pruebas claras de lo que la política ha hecho y puede lograr por ellos. En crisis como la actual, cuando los pilares de nuestra sociedad se tambalean, los eslóganes vacíos de la derecha son difíciles de combatir.
Asimismo, cuando la izquierda falla en sus argumentaciones, se cierra a defensiva, o no asume sus errores pasados –lo ocurrido en España entre 2010 y 2011 fue terrible para la principal formación de izquierdas española, ese es su principal lastre-  se fracciona, y lo ocurrido en las elecciones europeas así lo demuestra.
La división, ya sea interna o entre distintas formaciones políticas de izquierda, altera la percepción ciudadana de su capacidad, coherencia y competencia. Esa división afecta con mayor intensidad a las formaciones de izquierda que a los partidos de derechas, que pueden incluso llegar a impostarla para ampliar su espectro ideológico abarcando posiciones aparentemente contradictorias.
Frente al populismo la inteligencia emocional es el complemento imprescindible que necesita el enfoque racional, la aproximación científica a la política que constituye el método tradicional de la izquierda heredera de la ilustración. La izquierda que basa su actuación en la lucha contra la injusticia y la ignorancia. Alfonso Guerra suele definir el socialismo como el ansia de trabajar para que ningún ser humano sea tan poderoso como para someter a un semejante, y que ningún ser humano sea tan débil como para dejarse someter. Lograrlo, exige conocer el estado anímico de los ciudadanos y no sólo sus principales parámetros estadísticos, económicos o sociales. Exige una estrategia y no una consecución de tácticas. Inteligencia emocional, sensaciones, emociones, acompañadas de análisis racional, herramientas, constataciones empíricas y proyectos claros.
La izquierda del siglo XXI debe entender que debe considerar el poder de una manera distinta, con una mayor sofisticación, porque lo que la sociedad espera de la política de izquierdas no es sólo una correcta administración desde unos valores ideológicos sino también una redistribución del poder. Una redistribución del poder en una sociedad ávida de recuperar su impulso democrático y participativo, que exige, como decía antes, unas dosis mínimas de inteligencia emocional para evitar caer en la apatía que provoca la tecnocracia. La izquierda no sólo ha perdido elecciones por el contexto de crisis; no, ha habido otros elementos porque los ciudadanos y ciudadanas saben bien que el crecimiento económico, o la mejora de los salarios incluso, son logros a los que contribuyeron de manera decisiva gobiernos de izquierdas o socialistas y socialdemócratas durante décadas, hechos que sin embargo no han evitaron la posterior derrota en las urnas de gobiernos progresistas.
A pesar de que las cifras macroeconómicas muestran que se acerca cierta recuperación, o que al menos hemos tocado fondo y lo peor ha pasado, hay claras pautas de fondo preocupantes que se imponen por encima de quien gobierne, se reducen los impuestos de los más ricos o de determinadas rentas, los salarios caen, la inversión social y en políticas de crecimiento sigue congelada o en retroceso -y con ello aumenta la desigualdad y se debilita la ya de por sí endeble igualdad de oportunidades de nuestra sociedad-… Otras tendencias o inercias se mantienen: los gigantes bancarios o financieros “demasiado grandes para caer” siguen ahí, y además siguen creciendo y engordando.
Todo ello hace insostenible el crecimiento y la confianza en un futuro mejor, de cohesión y seguridad. Las familias trabajadoras, la clase media –clase media trabajadora-, son el principal motor del crecimiento con su trabajo, su ahorro y consumo, su contribución a la convivencia y cohesión social viviendo en comunidad y sosteniendo y utilizando los servicios públicos básicos, y también como fuente de emprendedores, de innovación y cultura… por su irremplazable aportación al bienestar global.
No tengo ninguna duda de que el ensanchamiento de esa clase social, la clase media o clase media trabajadora, debe ser el objetivo de la política de izquierdas porque es la piedra angular de nuestra sociedad, de nuestro modo de vida europeo, sostenido, basado en valores inmateriales, de nuestra democracia. Un fin que al instrumentarlo exige acabar con la desigualdad, la pobreza y la exclusión, y garantiza la distribución de poder entre los individuos, el refuerzo de la dimensión civil de nuestra sociedad y la igualdad de oportunidades. Un fin que garantiza la convivencia en pluralidad y diversidad que es seña de identidad del progreso y de la izquierda y contra el que se revela la derecha y el populismo.

jueves, 10 de julio de 2014


Prosperidad sin crecimiento.


Artículo aparecido en "Sesión de Control" el jueves, 10 de julio de 2014.

Nuestro país y el mundo han cambiado tanto que desde la izquierda no nos debe asustar buscar y exigir respuestas distintas a los problemas de nuestra democracia. Respuestas que se replanteen casi todo.
Y, probablemente, lo prioritario sea formular una alternativa sólida y consistente de crecimiento sostenible, de desarrollo frente al crecimiento estadístico sin matices, que tome note de los errores y fracasos del último ciclo y que garantice un futuro mejor para las siguientes generaciones.
Desde la crisis económica de la década de los ’70 con frecuencia se acusa a la izquierda de no tener un modelo alternativo de crecimiento, de saber distribuir pero no producir, lo cual no es verdad. Con todo, esa afirmación encuentra eco fácil en la memoria histórica de oposición de los movimientos obreros al capitalismo industrial y a sus consecuencias sociales, o a su manera de comportarse explotando trabajadores, a la naturaleza y en ocasiones a naciones enteras. La historia ha demostrado que las crisis no han desaparecido y que la mejor manera de crecer sosteniblemente es distribuir la riqueza y reforzar la igualdad de oportunidades para garantizar el ejercicio de la libertad en todas sus variantes, también la económica y el emprendimiento. Crecer hoy exige dos elementos irrenunciables: capital humano –conocimiento-, y buenas instituciones.
Un buen ejemplo y definición del nuevo tipo de crecimiento económico que debemos perseguir y que responde mejor a la definición de “desarrollo económico” es la utilizada en la ponencia de la Conferencia Política celebrada por el PSOE en noviembre de 2013:
“Pero para ello es necesario un cambio de rumbo en las políticas públicas para que propicien lo antes posible el desarrollo económico y que dicho crecimiento sea sostenido y duradero, que permita planificar el futuro y crear la confianza necesaria para las generaciones futuras. Que sea equilibrado, tanto con el entorno y el medio ambiente, como en la distribución de la renta, presente y futura, y que palie los desajustes de los ciclos económicos. Que sea integrador, que refuerce la igualdad de oportunidades en todos los ámbitos (educativo, laboral, social…) y a lo largo de todo el ciclo vital -de la infancia a la vejez-; que garantice el acceso de todos y todas en condiciones de igualdad a los servicios esenciales; a favor de la igualdad entre hombres y mujeres, comprometidos con las personas con discapacidad y quienes sufren pobreza y riesgo de exclusión; en definitiva, comprometido con la diversidad, la igualdad y la pluralidad”.
En definitiva un “desarrollo económico equilibrado y sostenible”, porque “las evidencias empíricas demuestran que las sociedades más cohesionadas son las más prósperas y eficaces”.
Es cierto que las pesimistas teorías de los ’70 y ’80 sobre el límite del crecimiento que dieron lugar a interesantes debates y conceptos como el del “crecimiento cero” acuñado por el Club de Roma, han quedado hoy en segundo plano, aunque autores como Tim Jackson han reabierto la cuestión.
Aunque el concepto de crecimiento cero del Club de Roma haya quedado cuando menos aparcado por el intenso crecimiento de las últimas décadas y el avance tecnológico y energético que parecía garantizar una sociedad de rentas altas prácticamente global, la crisis ha vuelto a poner de manifiesto los evidentes límites que existen.
Por ello merece la pena repasar las ideas de Tim Jackson recogidas en su trabajo ‘Prosperidad sin crecimiento’ sobre el dilema del crecimiento.
Jackson sostiene que el crecimiento económico registrado en las últimas décadas es insostenible, tanto porque vivimos en un planeta finito como por el modelo económico dominante. No sólo por razones ecológicas. Así, los recursos pudieron ser reemplazados por tecnología hasta el final del siglo XX, pero ya no es posible seguir haciéndolo. Esta tendencia ha cambiado y las commodities –materias primas- suben de precio. En su opinión en el siglo XXI comprobaremos que las commodities baratas se han acabado para siempre.
Su planteamiento continúa con la afirmación de que el crecimiento ya se había parado antes de la crisis financiera de occidente. La combinación de crisis de crecimiento, inestabilidad financiera, aspiración insostenible a acumular más y más bienes contra deuda y crédito, habría llevado a una situación insostenible, sistémicamente imposible.
Es innegable que el crecimiento aporta infinidad de elementos positivo a la sociedad. El crecimiento es la principal variable explicativa de la mejora de las variables relevantes en los países pobres hasta que alcanzan los 5.000 dólares de renta per cápita, en los que la renta sí marca la pauta del bienestar humano de esas sociedades. Sin embargo, a partir 10.000-15.000 dólares per cápita la correlación se debilita o incluso se invierte en algunos indicadores clave, por ejemplo la esperanza de vida al nacer en el Reino Unido es menor que en Costa Rica.
Jacskon cree en la inestabilidad intrínseca del modelo económico imperante, hecho que oculta el verdadero y profundo dilema, porque el decrecimiento y la crisis son inestables. Así, perseguimos el crecimiento porque no hay nada mejor, porque el decrecimiento es inestable, porque no existe otra alternativa.
Jackson denomina economía del colapso a la búsqueda desenfrenada del aumento de la productividad del trabajo, que si se alcanza provoca efectos sobre todas las demás variables -nivel de empleo, recaudación fiscal, gasto público…-, provocando consecuencias que con cada vez mayor frecuencia son negativas como la deslocalización o el aumento de la desigualdad. Sin embargo, buscamos el crecimiento porque el estancamiento o pérdida de renta es todavía una alternativa peor.
En mi opinión es evidente que la consecución y el soporte de la actividad económica alimentando el consumo contra endeudamiento no implica crecimiento sino un adelantamiento de consumo del futuro al presente. Cuando la carga financiera se vuelve insostenible se acaba produciendo una crisis de endeudamiento como la actual, de la que se tarda en salir porque exige el desapalancamiento de los agentes económicos. Sin embargo, a pesar de las limitaciones físicas y espaciales de nuestro planeta, y de las evidentes debilidades del marco regulatorio y normativo global, de los fallos en gobernanza económica que no han sido corregidos desde que estallara la crisis en 2008, tengo dudas sobre los límites al crecimiento porque soy básicamente optimista respecto a los avances que puedan obtenerse en el futuro como resultado de la evolución tecnológica en todo tipo de ámbitos, campos como el energético, y los que puedan garantizar la mejora constante de la calidad de vida sin extenuar los recursos naturales y el espacio, los dos recursos indiscutiblemente finitos. En este sentido, en cuanto al avance de la tecnología y la disponibilidad futura de ella, quizás soy más optimista.
Crecer es distinto que adelantar consumo contra deuda. Es evidente que el consumo material infinito es insostenible, sin duda una estrategia suicida si se hace contra crédito, como auspició el sistema financiero en el anterior ciclo, y sin que regulador alguno advirtiera a tiempo sobre lo que estaba pasando. Hoy la de deuda acumulada sobre consumo pasado es inmensa, inmobiliaria pero también de otro tipo.
Entre los progresistas, el presidente Bill Clinton se caracterizó por lograr mejorar claramente los indicadores económicos de su país utilizando ese recurso, el crédito para consumo y compra de vivienda, un error. Después, se volvió a demostrar que endeudarse para generar más y mejor capacidad productiva no tiene nada que ve con endeudarse para consumir bienes duraderos como se hizo durante el mandato de Bill Clinton.
Volviendo a Jackson, concluye que para garantizar una economía estable y mejor, y un bienestar humano real sostenido en lo que él llama prosperidad sostenible, hacen falta alcanzar tres grandes objetivos.
En primer lugar es necesario referirse a la idea de prosperidad mejor que a la de crecimiento. Prosperidad es calidad de vida, no sólo es crecimiento material; consumo, es más que ello, es salud social y psicológica, participación en la sociedad, es el arte de vivir bien en un planeta finito. El reto es construir una economía que sirva a ello: empresas, inversión y recursos deben trabajar para lograr ese fin de prosperidad. Así, con empresas que sirvan a la gente, en salud, educación, rehabilitación de vivienda, servicios de mejora vida -ocio, cultura, prestaciones sociales como la dependencia u otros-.
En segundo lugar, entonces, una economía de la prosperidad debe orientar la actividad económica hacia los sectores que no implican acumulación material, que no aumentan el impacto material sobre naturaleza, en general también sectores ricos en empleo como el que antes citaba, el de la dependencia o los servicios entre personas. Sectores con mucho empleo y bajas emisiones perjudiciales para la naturaleza. Ello conduce a invertir con la lógica de inversión sobre un modelo de futuro distinto en los sectores verdes, en energías renovables, transporte público, naturaleza, servicios en empresas dedicadas a la prosperidad.
En tercer lugar, quizás lo mas difícil de conseguir, lo que choca más con la inercia en la que vivimos, Jackson considera imprescindible transformar también la naturaleza del sistema bancario y financiero, y del sistema monetario y financiero por el que se genera el dinero, la oferta monetaria. Jackson considera que la naturaleza del dinero es compleja e inestable -el 90% se genera vía crédito-. Es evidente que el campo de la banca ética, de los otros tipos de créditos, de la inversión cívica, constituyen todavía un campo sin explorar en el que la izquierda debe adentrarse con valentía. No hay que olvidar que John Maynard Keynes (en su obra ‘The general theory of employment, interest and money’) alertó sobre la inestabilidad intrínseca de la economía de mercado hace más de 80 años.
Es interesante detenerse en un último elemento, el que podríamos denominar  macroeconomía sostenible, y en lo que implicaría en materia de oferta de dinero, de crédito y endeudamiento, de fiscalidad. Enfoque de sostenibilidad que puede también utilizarse para analizar otros ámbitos como, por ejemplo, el comercio internacional. Porque, ¿ha existido alguna vez un verdadero comercio justo?
Las conclusiones de Jackson son claras: no cree que exista ni vaya a hacerlo tecnología para garantizar un crecimiento exponencial, considera que no es posible alcanzar los niveles de bienestar occidental en todo el mundo, y que la inestabilidad del sistema económico actual, de la economía, lo hacen inalcanzable.
Esta reflexión, auque genere algunas dudas, sirve para destacar las debilidades estructurales de la economía presente y las consecuencias para el crecimiento y la sostenibilidad a medio plazo de algunas decisiones muy recientes. Por ejemplo, de la austeridad, en un momento en el que la inversión productiva, en innovación o educativa, sufre sus consecuencias mientras se
desvían recursos, que podían ser muy valiosos para converger hacia esa prosperidad a instituciones financieras quizás insostenibles. Todo ello mientras las empresas no consiguen recursos para salir adelante, de ninguna manera, ni sostenible ni insosteniblemente, realidades que demuestran la necesidad de reforzar el papel del Estado, del sector público, y de regular bien.

El crecimiento permite redistribuir renta y distribuir bienes y servicios, satisface necesidades humanas crecientes y mejora calidad vida, creatividad y ocio. El crecimiento facilita la reducción de  las desigualdades y de la pobreza. El desafío del siglo XXI es convertir ese crecimiento en lo que la idea de “desarrollo económico” implica para alinear el desarrollo económico global con los valores y principios de una sociedad democrática con verdadera justicia social.